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viernes, 19 / abril / 2024

¿DE SU PROPIA MEDICINA?

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En estas horas y días, la prensa mundial se asombra con el asalto al Capitolio, en los Estados Unidos, por las hordas racistas y fascistas trumpistas. Hay conmoción y susto por todo el mundo, ciertamente no es para poco. Ese loco que tienen de presidente puede desatar incluso una  guerra mundial nuclear. Desde este rincón del mundo, considero que los norteamericanos están probando de su propia medicina, pues la historia por todos lados no es precisamente un campo de aprendizajes, ni mucho menos. La experiencia nos enseña que la historia no sirve para mucho, casi para nada cuando no hay lecciones que sacar, sobre todo de los errores.

 

El Estado norteamericano, es decir la burguesía y la oligarquía norteamericana tienen desde siempre sus manos manchadas de sangre con la historia de América Latina. Sólo en la llamada guerra fría, en aquel enfrentamiento ideológico militar entre la Unión Soviética y los Estados Unidos, que duró desde la finalización de la segunda guerra mundial hasta el año 1990, los norteamericanos apoyaron, financiaron y ejecutaron cientos de golpes de Estado desde centro América hasta la Argentina. Todos sangrientos, vergonzosos desde la perspectiva de los derechos humanos: torturas, violaciones a mansalva contra mujeres y niños, desapariciones forzadas, y todo tipo de humillaciones que la mente humana jamás tendría que haber permitido.

 

En Bolivia todos esos golpes de Estado financiados en su mayoría por el Estado norteamericano, significaron las mayores atrocidades cometidas contra familias mineras, familias humildes de las ciudades y militantes de partidos de izquierda. Atrocidades que jamás  se juzgaron, que jamás se castigaron al menos como ejemplos contados. Miles de familias destruidas para siempre, en nombre de seguridades de Estado ideológicas que nunca se justificaron. Aquellos episodios brutales y antihumanos, siguen en la impunidad total y por lo visto no se juzgarán. No habrá justicia para tanta injusticia, es un hecho totalmente objetivo.

 

Cuando el mundo civilizado pide que se haga justicia con la democracia norteamericana, simplemente tendríamos que recordarles a esa hipocresía mundial: democracia para los poderes imperiales y no para los países al sur del río Bravo. Pues sí, la democracia norteamericana funciona sobre las injusticias mundiales efecto de su democracia civilizada, anglosajona y de leyes modernas. Y no hay diferencia alguna entre demócratas o republicanos, que a su turno han bombardeado países enteros, o han financiado golpes de Estado sin importarles un comino los derechos humanos, o los derechos democráticos básicos. En concreto, esa es la democracia norteamericana, tan admirada y envidiada por la hipocresía mundial.

 

Como en todas partes, los norteamericanos tampoco han aprendido de su propia historia. Trump es nomás un engendro de sus propias contradicciones internas, complejas por cierto, que ya no pueden resolver. Tal el grado de desesperación de millones de norteamericanos que votaron por un desquiciado, para llamar la atención de sus poderes, como también de la degradación de sus clases sociales, sobre todo de millones de migrantes de clases altas latinas sin identidad alguna con sus propias patrias. Así, los norteamericanos demuestran al mundo lo poco que han aprendido de sus propios derroteros.

 

El mundo se desgarra las vestiduras con los acontecimientos del Capitolio, sin mirar lo que ese Capitolio ha producido en maldad por todo el mundo. Bolivia fue y es uno de los países más afectados, al menos desde los derechos humanos, por tanta civilización e institucionalidad de esos espacios del Capitolio. Aquellos jerarcas del Capitolio han destruido nuestras pocas institucionalidades, al final sus poderosos intereses siguen siendo los prioritarios cuando se trata de estrategias de poder mundiales. Nosotros nada significamos, ni en humanidad, en esos cálculos del poder y la muerte.

 

La historia mundial es nomás un basurero putrefacto, que nada enseña y nada aprendemos de ella. En esa enfermedad de la modernidad por el futuro a cualquier precio, los humanos ya no necesitan a la historia sino como simple deleite estético, para las noches de tertulia. Gringos y no gringos repiten errores terribles en sus historias presentes, porque el pasado ya no es una fuente de aprendizajes ni lecciones. Aun así nosotros deberíamos aprender de esas lecciones.

 

Bolivia felizmente contiene todavía partes importantes de otro tipo de historias, que a pesar de la modernidad y su importancia, donde consideramos al pasado como lo central en nuestras concepciones, no al futuro. Esa manera de ver la vida y la historia es nuestra ventaja, ante la locura actual del sistema dominante y sus concepciones historiográficas. Es decir, el pasado es nuestro futuro. Aspecto que no es entendible por supuesto por las visiones de la modernidad y sus cómplices. Y que no hemos teorizado lo suficiente, para demostrar y desarrollar sus potencialidades. En fin.

 

La sociedad norteamericana debe encontrar su propio ajayu, su propio espíritu colectivo de aprendizaje en sus realidades sociales, complejas como de cualquier otro colectivo. Tienen de sobra potencialidades, intelectuales, tecnológicas y económicas, para ser utilizadas en beneficios más positivos. Los norteamericanos tienen que curar sus enfermedades imperiales, que sólo han traído sufrimientos terribles en otros pueblos por todo el mundo. Quizás sea hora de los aprendizajes, y que la historia no sólo sea deleite de unos cuantos sino experiencias que realmente sirvan a la humanidad. En fin.

 

 

por: Max Murillo Mendoza 

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